viernes, 3 de agosto de 2012

XAIME QUESSADA: JUEGO DE ESPEJOS (2ª parte)


París conmocionó a Quesada. Resultó decisivo su encuentro, en directo, con las diferentes manifestaciones del arte que contenía aquella ciudad en ebullición cultural. En sus visitas a los museos recibió el impacto, entre otros, de Leonardo, Rembrandt y los surrealistas; este grupo despertaría el interés de Jaime por los textos de Breton. Sin embargo, el artista ourensano también hubo de apelar a la picaresca para subsistir. Del recurso a la CRAIE, una técnica consistente en pintar con tiza de colores y carbón, surgió un pequeño colchón económico que protegía a Quesada y su grupo de la amenaza del hambre. El éxito residía en la rapidez para dibujar del pintor, que hacía que la gente se arremolinase para observar su modo de trabajar.

Su vinculación con Picasso se hace por estos años más nítida y resulta especial su relación con el “Guernica” que mantendrá hechizado a Quesada hasta sus últimos días. Obras como El dictador confirman la pasión del ourensano por aquel mural.

Su viaje continuó por el centro y el norte de Europa, por Alemania, Holanda y Bélgica, recibiendo en esos países múltiples influencias. De este modo conoció, “el expresionismo alemán, a Kokoscha, a Werkman, al alucinante anarquista Ensor”, relataba un vehemente Quesada.

A su regreso expone con éxito, en la Navidad de 1959, en el Liceo Orensano unas obras que parecen evocar a Marc Chagall y, según el crítico Antonio Risco, también habría que destacar ciertas compatibilidades con Odilon Redon.

Ya concluidos sus estudios, en mayo de 1960, pinta Estío y lo envía a la Exposición Nacional de Bellas Artes, donde consigue la tercera medalla. El éxito no se redujo a esa exposición, sino que el cuadro fue colgado en el museo de Bellas Artes de Madrid. Jaime contaba con 22 años y era el pintor más joven en exponer en ese espacio. Ese año, el artista, reconoce tres campos de influencia: la escuela de Bellas Artes de Madrid (Benjamín Palencia, Ortega Muñoz, Vázquez Díaz...), el Marc Chagall de la escuela francesa y su estancia en París.

Decide regresar a París y presenta parte de su obra en galerías de arte. El hecho de que la galería Zak expusiese un cuadro de Quesada en su escaparate, flanqueado por un Picasso y un Marc Chagall, supuso un impulso a la carrera del pintor. El cuadro se vendió y la galería Will empezó también a comprar su obra. Desde la capital francesa Quesada viajó, acompañado de sus amigos, por diferentes regiones de Europa: Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Austria... En Amberes presentaría , en la galería D'or Ekems, una muestra con arte abstracto. De este modo se estableció una fructífera relación entre pintor y marchante hasta 1963.

Poco a poco, Jaime Quesada iría labrando un nombre, especialmente tras realizar un biombo decorativo para Coco Chanel, entre la burguesía parisina. Vendió cuadros a Orson Welles, conoció a Sartre y a Simon de Beauvoir, a Edith Piaf y a Ives Montand, entre otros muchos. Recibió muchos encargos de la alta sociedad, le pedían retratos de niños y adolescentes vestidos de Pierrot, que le facilitaban la subsistencia.

En 1961 viajó a los países escandinavos donde se empapó de la obra de Edvard Münch que, tal y como afirmó, lo “influenció vivamente”. Ese mismo año participa en la exposición colectiva “20 pintores gallegos” celebrada en el Hostal de los Reyes Católicos. Una iniciativa que pretendía crear un núcleo abierto a todo aquel que tenga algo que aportar al “desarrollo y vinculación de la cultura gallega”. La participación de Quesada constituye la “primera experiencia de abstracción presentada en Galicia”, según García-Bodaño y el propio Quesada. El pintor se presentó a la muestra con tres cuadros no figurativos.

No obstante, mucho más importante para la trayectoria de Quesada sería la consolidación de su amistad con José Luis de Dios y con Acisclo Manzano que dará lugar, más tarde, a la configuración del orensano grupo “O' Volter”. Allí, en el bar de Tucho, se reúnen, además de los tres citados, intelectuales de la talla de Otero Pedrayo y Vicente Risco, quien acuñó el afectuoso término de “artistiñas” para los jóvenes creadores que allí se congregaban.

Tras el servicio militar, que acepta con resignación, expuso su obra en varias salas de Ourense y Vicente Risco presentó la exposición no sin antes asombrarse de la cantidad de dibujos que había realizado Quesada en Ceuta. Fue la trágica noticia de la muerte de su madre, mientras prestaba servicio, lo que le permitió regresar a su ciudad.

Al concluir definitivamente sus obligaciones con el servicio militar, Quesada decide embarcarse, acompañado de su hermano Antonio y de su amigo Acisclo Manzano, en un nuevo viaje a los países escandinavos. Allí pintó carteles contra el franquismo encargados por generales que se oponían al régimen y que Quesada firmaría con un pseudónimo. Esta vez además de recibir el impacto de importantes acontecimientos sociales como “las comunas sexuales, la marihuana, los Beatles y los asesinatos de Julián Grimau y Kennedy”, descubriría los cuadros de Larionov, Malevich además de grandes nombres del expresionismo alemán: Nolde, Werkman, Kirchner, Heckel y Pechstein. Lo cierto es que su pintura deambula incesantemente desde un modo de proceder a otro.

En 1964, tras su regreso a España, expone junto a Acisclo Manzano en la sala Amadis de Madrid. La crítica de Carlos Antonio Areán habla de paisajismo abstracto, de reactualización de la tradición y de intimismo expresionista. Posteriormente presentaría su obra en la galería de La Madeleine y en la Sala Ateneo de Barcelona, tras la cual regresa a París, aunque pronto emprendió un nuevo viaje. En esta ocasión pasó por la Costa Azul, Suiza, Austria, Italia, el sur de Alemania y otros muchos lugares. En ese viaje se impregna de la cultura clásica griega y descubre, definitivamente, el Renacimiento italiano.



Tras la muerte de Vicente Risco, en 1963, Quesada encontrará un nuevo referente intelectual en la figura de Ramón Otero Pedrayo. Es ahora cuando O'Volter se amplia y se forma el grupo de “Siete artistas gallegos” (ahora también forman parte del grupo Buciños, Xavier Pousa, Arturo Baltar y Virxilio) que trataban de ser la vanguardia del arte gallego y recibieron el respaldo intelectual de escritores de la talla de Blanco Amor, Tovar, Celso Emilio Ferreiro, Carlos Casares y Méndez Ferrín. Al abrigo de este colectivo, Quesada muestra una progresiva politización de su pintura, dentro de una tendencia de neofiguración crítica en la que se mantendrá durante bastante tiempo. Esta estética se hace patente en obras como Vietnam o El dictador, expuestos en la madrileña Sala Toisón, en una muestra colectiva. De El Dictador, una de sus obras más celebradas, diría García Iglesias que es “austera en lo cromático, sensible en sus valores lineales y dramática en su imaginativa temática”. El grupo no perdería consistencia hasta 1967; momento en el que Quesada instala un estudio en Madrid, en el barrio de Lavapiés, aunque sus cuadros de mayor tamaño los sigue realizando en su casa de Ourense.

En relación con esa nueva convicción política, Quesada se convierte en miembro fundador de la UPG, que abandonaría ya en 1968 por su opinión contraria a la lucha armada organizada. Sin embargo, en 1969, se adheriría a otro grupo político: el Partido Comunista. De hecho, pintó muchos pósters clandestinos para ese partido y para su brazo sindical, Comisiones Obreras. Aunque su obra ya estaba politizada previamente, algo constatable en los cuadros de la sala Toison, es ahora cuando su obra adquiere unas mayores dimensiones ideológicas. Un ejemplo de ello sería su valentía al exhibir el cuadro Réquiem polo Che, cargado de influencias picassianas y del neoexpresionismo francés, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1968, que provocó un gran revuelo. En esa misma muestra también se podría destacar Mi casa; una pieza más amable, de influencias barrocas, desde Rembrandt hasta Velázquez.

Al margen de la pintura, en este mismo período, se dedica a la ilustración. Así, entre otros trabajos, adorna el Versos prós nenos da aldea de Pura Vázquez y completa con sus imágenes una edición de obras completas de Celso Emilio Ferreiro.

Su afán aventurero, empírico, no cesaría y entre 1967 y 1969 realizaría dos viajes acompañado de miembros de Siete Artistas gallegos y de su mujer, Chus, donde adquiriría conocimientos sobre el procedimiento artístico de tiempos antiguos y de otras culturas. Italia, Grecia, el norte de África y Turquía formaban parte de ese itinerario. Tras empaparse de infinitas influencias llegaría a afirmar que “el Arte está siempre unido por el cordón umbilical de las culturas y civilizaciones del pasado”.

La multiplicidad de referencias que se pueden señalar en cada lienzo de Quessada le ha llevado a tener que justificarse ante el manido recurso, por parte de un sector de la crítica, de que el artista ourensano carece de personalidad propia. Su proceder, no obstante, hay que entenderlo como el precedente del pintor posmoderno que reinterpreta el pasado pero, por el momento, con un planteamiento estético carente de parodia que constituye un entrañable homenaje a los grandes maestros de la pintura. Quesada defendía con mucha vehemencia su manera de trabajar: “Sí. En mí hay muchos estilos y cada vez habrá más. Están confundidos los que piensan que voy a llegar a tener un solo estilo. Empecé teniendo uno. Hoy tengo más de cincuenta... el estilo nada tiene que ver con la personalidad. La personalidad es lo más sagrado del artista”

viernes, 29 de junio de 2012

FRANCISCO ESCALERA: LA METAFÍSICA DEL PAISAJE.


En el paisaje se encuentran todos esos elementos simbólicos que a mí me conmueven mientras transcurre el viaje”. Francisco Escalera

Efecto Luz III, Reina Sofía. Óleo sobre lienzo. 65 x 81 cm
Mirar las rigurosas pinturas de Francisco Escalera (Córdoba, 1965), de enorme pericia técnica, pone de manifiesto la indomable inclinación del pintor y su fecunda capacidad de trabajo. Sólo un artista dispuesto a pasar innumerables horas delante del lienzo podría alcanzar un resultado tan preciso.
La obra de Escalera encaja perfectamente en una galería que, a lo largo de su trayectoria, siempre ha confiado en la pintura de paisaje. Diferentes “vistas” de Jenaro Pérez Villaamil, Serafín Avendaño, Ovidio Murguía, Llorens, Bello Piñeiro, Lugrís Vadillo, Arturo Souto o Leopoldo Varela han colgado en las salas de nuestra galería. Ese gusto por el paisajismo y un cierto entender, entre nuestros visitantes, por esa temática artística atemporal es lo que nos ha hecho confiar en la obra de este brillante pintor cordobés.
La estética de Francisco Escalera resulta envolvente; atrapa al espectador con su trazo holgado y disperso, pero a la vez extraordinariamente seguro en la plasmación de una realidad que circunda y rodea nuestro espacio cotidiano. Es decir, el artista no pinta los paisajes que vemos sino aquellos escenarios en los que vivimos, donde las luces, los bloques y los planos no constituyen el objeto de nuestra contemplación sino la escena del hombre posmoderno: sus lugares comunes, su impaciencia, sus costumbres y sus nexos. Sus cuadros ejemplifican como lo global nos ha impuesto unos códigos de comunicación y decorados urbanos universales, con un valor sígnico próximo a la categoría de abstractos. Arquitecturas o playas lo mismo dan, ya que son, por lo tanto, en sí mismos.
Escenas de Playa 55. Óleo sobre lienzo. 65 x 81 cm
Francisco Escalera es el testigo de la realidad humana moderna. Ese estado que se va apartando de la naturaleza para rodearse de un mundo en el que poder vivir la ilusión de sentirse el único hacedor de todo cuanto existe. Se trata de un universo en donde la luz, tan importante en la obra del pintor, es la pieza básica que marca los horarios antes que el elemento que dibuja las formas representadas. Entramos, pues, en el universo simbólico del artista, en unas pinturas urbanas y rurales que, según afirma, “tienen algo de metafísico que me atrae y, sobre todo la dualidad del ser humano como ‘constructor-destructor’ del espacio y el silencio”.


Actualmente, el fondo de la galería cuenta con las dos obras de Francisco Escalera que se muestran en esta entrada.

miércoles, 20 de junio de 2012

XAIME QUESSADA: JUEGO DE ESPEJOS (1ª parte)

Con el pretexto de que actualmente cuelgan en las paredes de nuestra galería cuatro importantes obras de Xaime Quessada, iniciamos un recorrido en nuestro blog alrededor de la figura de este artista.

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Artista multiforme, esponja de estilos, dibujante superdotado y prácticamente inabordable es Xaime Quessada. De complejísimas composiciones figurativas al informalismo, ilustra libros y escribe novelas, cultiva todos los géneros, se impone un ritmo frenético de trabajo y exposiciones. No hay un Quessada, sino muchos. En las siguientes entradas de nuestro blog vamos a tratar de desgranar el juego de espejos que es la carrera artística de este genio de personalidad desbordante.

Xaime Quesada nace en Ourense el 14 de julio de 1937. Sus inicios en el arte datan de muy niño, cuando junto a sus hermanos pasaba hojas de los libros de anatomía de su abuelo el médico. Luego descubrirían los grabados y litografías de la extraordinaria biblioteca de su padre, hasta que un día un franciscano, confesor de la madre de Xaime, aconsejó la quema de aquella biblioteca. En aquel “holocausto de fuego”, así lo denominaría el pintor, ardió la historia de la literatura y la cultura occidental. La segunda conexión, y quizá la más importante, de Quesada con la pintura sería a través de su primo Alejandro, al que veía pintar horas y horas.
Muy pronto la saga de los Quesada sería conocida como una familia de artistas en los campamentos del Frente de Juventudes. Eran también los tiempos en los que Xaime se resignaba con los ejercicios espirituales que, obligatoriamente, tenía que hacer en Acción Católica.
Recibe, por primera vez, el impacto del cubismo de Picasso en 2º de bachillerato a través de una minúscula fotografía. Este hecho lo lleva a investigar más sobre el artista malagueño y en su búsqueda se encuentra también con la luz, los colores cálidos y la espirtualidad de Rembrandt. Tal fue la pasión por el pintor holandés que arrancó las láminas de los libros que consultaba en la biblioteca.
Le impresionaría la técnica de Parada Justel, que contempla en el Museo de Ourense, y llamarán a su puerta, a través de láminas, pintores de muy distinto signo: Toulousse-Lautrec, la “magia irracional” de El Bosco y Goya. Ante tal curiosidad del artista, ante tamaña documentación, hay que decir que Quessada es la figura del teórico-pintor de Galicia por excelencia.
Posteriormente, amplía su repertorio artístico: decora azulejos, dibuja cómics, hace gouaches y acuarelas de Ourense... Es ahora, cuando llegan hasta él las primeras reproducciones de Picasso, de las etapas azul y rosa, que tanto le influirían.
Por esas fechas se expuso en Ourense un repertorio de reproducciones de, entre otros, Monet, Manet, Pisarro, Sisley, Degas, Renoir, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, Chagall, Matisse, Picasso o Modigliani. El impacto de esta muestra lo lleva a tomar la vital decisión de dedicarse exclusivamente a la pintura y preparar su primera exposición. Esta se celebraría en el Liceo ourensano, en 1952, y el tema sería la ciudad de Ourense. Allí mostraría acuarelas de la ciudad, temples con catedrales fantásticas y cuadros surrealistas con iluminación inspirada en Rembrandt, cuyo tema eran unos niños cantando.
Llegaría un momento en el que Ourense se le quedaría pequeño para ampliar su formación e inicia, en 1956, su etapa de estudiante en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid. Antes ganaría, por dos años consecutivos, el Concurso Provincial de Arte Juvenil.
Ya en Madrid toman cuerpo las inquietudes políticas de Quesada, totalmente contrarias al régimen franquista. Se integra en el grupo ALIENTO, colabora haciendo cartelismo con el Grupo Tierra de la facultad de económicas, forma parte del antifranquista Frente de Liberación Popular (FLP/FELIPE) de corte marxista y conoce a intelectuales destacados como Vázquez Montalbán o Nicolás Sartorius.
Las prematuras lecturas que había hecho en su etapa ourensana de Nietzsche y Schopenhauer, adelantaron su afán por la lectura en estos años: Marx, Engels, Darwin, Freud o Kafka. Desde el punto de vista artístico, en 1957, ya había leído El punto y la línea de Kandinsky y había realizado, inspirado en ese texto, cuadros abstractos.
Sin embargo, Quesada, desde un primer momento, mostró un desinterés absoluto por la formación académica. Esta carencia era sustituida por constantes visitas al Museo del Prado y al Museo de Arte Moderno. Siempre mostró más entusiasmo por la historia del Arte, por el conocimiento de la obra, que por el aprendizaje técnico a través de la educación reglada.
Expone en Ourense y las influencias de esas pinturas son claras: Goya, Velázquez, Regoyos, Monet, Picasso, Leonardo, Rembrandt... Lo acusan de impersonal y, años más tarde, Quesada respondería que “se me exigía un estilo que yo no podía tener aún. Me faltaba aún tanto por conocer. Sabía que eso nacía sin darse cuenta, que buscarlo era absurdo y falso”. Luego, en 1959, consigue el Premio Extraordinario de Paisaje de las Escuelas de Bellas Artes de “El Paular” por el cuadro titulado “Tierras”.
Su inquietud, su afán de conocer, le llevó a desear fervientemente visitar París y conocer, de primera mano, el Renacimiento italiano. A partir de entonces se convertirá en un trotamundos. Los viajes por Europa le abrieron las puertas de la modernidad que el franquismo prohibía. La esencia fue entender la gran pluralidad estilística que había generado Europa. Sobre todo, según Salvador García-Bodaño, “la alta belleza nunca superada de las primeras vanguardias”.

miércoles, 14 de marzo de 2012

ACISCLO MANZANO. MATERIA Y VIDA. 3ª PARTE

 Con esta entrada de nuestro blog finalizamos el recorrido alrededor de la figura del escultor Acisclo Manzano.
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“El arte de recordar sucede ahora, pero necesita del pasado para proyectarse hacia el futuro”.
Steve Arons. Boston, 2001.

En la segunda mitad de la década de los 80, Acisclo Manzano, se traslada a Viduedo, cerca de Ourense, y vuelve a recurrir a la arcilla gallega. Se reencuentra con Xaime Quesada y llevan a cabo nuevos proyectos juntos. En esas exposiciones conjuntas logran una gran repercusión tanto en Galicia y Cataluña, como en Portugal y Estados Unidos. Ahora se potencia, todavía más, la dualidad de la escultura de Acisclo: la pugna entre la figuración y la abstracción. En algunas de sus piezas religiosas apenas queda nada de figurativo, como en sus cristos que remiten a la escultura de Giacomo Manzú.
Todo esto pone de manifiesto la renovada Fe de Acisclo en sus constantes estéticas. Sin embargo, transita por nuevos caminos formales que lo llevan a experimentar con el Hierro. De este modo, Manzano descubre la cualidad expresiva del volumen en espacios abiertos. Del aluminio obtiene la sensación etérea y de levedad, mientras que el robusto granito lo acerca, en ocasiones, al gran formato para zonas públicas y al recuerdo histórico del maestro Mateo. El polispán le facilitaría el modelado, que después fundiría en bronce o hierro. Recurriría a otros muchos materiales, destacando el grafito o la cera. Por otro lado, la aplicación del color cada vez sería más habitual en busca de una mayor fuerza expresiva y de un más pronunciado contraste de luz.
Acisclo, en su dualidad, va a intercalar piezas de pequeñas dimensiones con otras de gran tamaño, destinadas a espacios públicos. Los volúmenes ahora se diluyen pero las sinuosidades, cavidades y salientes establecen un dinamismo de marcado contraste. Todo ello deriva en formas esencialmente esquemáticas. A veces se trata de cuerpos sin cabeza y con extremidades, simplemente, sugeridas. La textura es lisa, con leves rugosidades que, con sutileza, hacen referencia a túnicas ceñidas al torso. Esto no es sino una forma elegante de rememorar la gracia de la belleza clásica.
Antes nos referimos a planteamientos técnicos con el fin de realizar esculturas para espacios públicos, porque Manzano muestra una nueva tendencia a la monumentalidad. Así, reproduce a gran escala los planteamientos estéticos de todo su trabajo. Se trata de obras que reflejan la culminación del sentido expresivo de Acisclo.
La obra de Acisclo está presente en numerosos museos gallegos, españoles y americanos y en todo tipo de colecciones. Después de más de cuarenta años de oficio su vitalidad creadora sigue intacta. Continúa buscando la belleza, en sus bronces y terracotas, sin ninguna pretensión histórica de pervivencia en el tiempo. Hoy Acisclo es ya, y sin lugar a dudas, uno de los grandes escultores de la historia de Galicia.

jueves, 2 de febrero de 2012

LA GALERÍA JOSÉ LORENZO PRESENTA DOS NUEVAS EXPOSICIONES COLECTIVAS CON DESTACADAS OBRAS DEL ARTE GALLEGO.

Los espacios que posee la galería José Lorenzo, en la praza do Toural y en el Franco, presentan dos nuevas exposiciones colectivas, con destacadas obras del arte gallego, que ya se pueden visitar. La entrada es gratuita y estarán abiertas al público durante todo el mes de febrero.

El espacio de la praza do Toural alberga importantes esculturas de autores señeros, como Xoán Piñeiro y Acuña, y destacadas pinturas que van del rexionalismo a los maestros de la vanguardia gallega. En la sala del Franco, por otra parte, se dan cita 16 obras de Castelao, Arturo Souto y Guerreiro, entre otros, para llevar a cabo una reflexión sobre el retrato y el paisaje en Galicia.

Xoán Piñeiro y Acuña cuentan con una sala propia cada uno de ellos. Del primero, se puede contemplar un mundo de formas curvas, con oquedades, donde piedra y bronce se combinan en un fértil diálogo entre abstracción y figuración. De Acuña se pueden ver unas esculturas apegadas a los modos realistas con repertorio de escenas populares o religiosas de gran belleza. Manuel Coia es otro de los escultores destacados en la muestra de la praza do Toural, cuyo tratamiento de la madera y el concepto expresionista de la forma le hace inconfundible.

Sin embargo, no es de menor calado el protagonismo de la pintura en la exposición del Toural, con sobresalientes ejemplos de la vanguardia gallega. Un impactante lienzo, de un fondo marino de Urbano Lugrís González, combina magistralmente goticismo y surrealismo. Este movimiento está presente en una obra de Eugenio Fernández Granell, de fuerte carga visceral y antropológica. Por otro lado, también se puede observar como las enseñanzas del cubismo y la mejor tradición costumbrista se funden en las pinturas de Maside  y Manuel Torres. En contraposición a este proceder constructivo se halla el modo fauve, expresionista y de mancha vigorosa de un lienzo de José Frau. Anterior a todos estos pintores es el espléndido dibujo de acertada composición de Julio Prieto Nespereira y el soberbio desnudo de Álvarez de Sotomayor, que amplían la exposición.

Completan la muestra de la praza del Toural otros importantes nombres del arte gallego. Como Víctor Casas con una obra íntima, lírica, de vaga figuración; María Antonia Dans con un paisaje bucólico, sencillo y de geometría elemental y las esculturas de Ferreiro Badía.

La exposición del Franco, por su parte, tiene un planteamiento más conceptual. Allí se pueden distinguir tres zonas. En primer lugar, nos encontramos con cinco piezas que invitan al espectador a reflexionar sobre el género del retrato. Sin embargo, son muy diferentes entre sí. Tanto en su temática, que en unos es intimista como en el cuadro de Julia Minguillón, en otros religioso, pero también los hay con un enfoque más costumbrista como se puede ver en la obra de Arturo Souto e, incluso, con un trasfondo de denuncia social; tal es el caso de la pintura de Castelao. Las técnicas, así mismo, varían de unos a otros lienzos: del preciso dibujo del renacimiento tardío a la factura deshecha que rinde culto a los modos impresionistas. En segundo lugar, otra serie de obras dan continuidad al discurso expositivo. En este caso, se trata de paisajes; rurales y urbanos, del agro y del mar, donde los diferentes artistas recurren a otras tantas soluciones compositivas y técnicas que van de modos decimonónicos (el realismo y el impresionismo), pasando por la vanguardia histórica como ocurre con Carlos Maside, especialmente en sus cauces más figurativos, hasta llegar al hiperrealismo de Guerreiro.

El itinerario concluye con la disolución del paisaje en modos más recientes, no figurativos, en una suave transición hacia el triunfo del color y de la pintura abstracta que se puede contemplar en el poderoso lienzo de Chelín.


Un recorrido por el arte gallego.

Entre las dos exposiciones se concentran una serie de obras que definen los rasgos del arte gallego contemporáneo. De los aires renovadores, con una estética marcadamente rexionalista, en los confines del novecientos al acercamiento definitivo a las vanguardias. De la creciente importancia de mujeres artistas, con Maruja Mallo a la cabeza, a las nuevas presencias y esperanzas para la creatividad que se desarrolla en Galicia en tiempos recientes. Una cita ineludible para los aficionados al arte.